El jesuita mendocino que caminó junto al Papa Francisco en su opción por los pobres
“El amor como fuerza vital”: así definía Diego Fares su compromiso con la vida. Jesuita, filósofo, pastor de la calle, mendocino. Su figura, discreta pero profundamente comprometida con los sectores más humildes, cobró una nueva dimensión con el tiempo. Fares falleció a los 66 años en el 2022 y su hermana, la profesora universitaria Celina Fares, lo recuerda en esta nota de Tierra Campesina.
Celina lo define como un hombre que nunca se desvió del camino que eligió en su juventud, en Mendoza, cuando junto a otros estudiantes de Filosofía y bajo la inspiración del padre “Macuca” Llorens descubrió su vocación en el acompañamiento a los más pobres.
Discípulo de Enrique Dussel, pensador clave de la filosofía de la liberación, Diego vivió la fe como un compromiso político y espiritual. Ya en Buenos Aires fundó el hogar San José, un refugio para personas en situación de calle, y trabajó activamente en la fundación Manos Abiertas. Su tarea pastoral fue siempre silenciosa, alejada de los focos, pero profundamente transformadora.
En ese camino encontró un referente clave: Jorge Bergoglio. Cuando Celina recuerda el primer encuentro entre ambos, relata la escena con ternura: el joven Diego fue recibido en la habitación de Bergoglio, una modesta piecita en lo alto de un edificio, donde el entonces superior de los jesuitas vivía como uno más. Esa imagen marcó a Diego, confirmó su vocación. “Su habitación era la del portero“, recuerda Celina. Y fue también el inicio de una cercanía espiritual y humana que se mantuvo hasta el final.

Con la elección de Bergoglio como Papa, en 2013, Diego sintió que ese mensaje de compromiso con los pobres llegaba a otra escala. El ahora Francisco ya había ido más de una vez al hogar San José a lavar los pies a la gente en situación de calle, un gesto profundamente evangélico. “Fue muy fuerte para nosotros —dice Celina— porque uno no está acostumbrado a que alguien que conocés se convierta en una figura de ese liderazgo. Pero lo que nos conmovía no era la figura institucional, sino la coherencia”.
Esa coherencia se refleja, también, en los escritos. Diego fue convocado por Antonio Spadaro, vocero de Francisco, a escribir en La Civiltà Cattolica, la influyente revista jesuita del Vaticano. Allí se convirtió en una suerte de traductor del pensamiento de Francisco para el mundo hispano. En su última encíclica, C’est la Dilexis Nos, Francisco dedica el primer capítulo a Diego, retomando sus escritos sobre el corazón y el amor como eje del ser humano. Un hecho inédito: rara vez una encíclica cita a alguien que no ha sido Papa.
“Diego era un alma muy especial —dice Celina—, y Francisco lo sabía. Lo llamaba cada año para el cumpleaños de nuestra mamá, era parte de nuestra vida”. En la calle, en las villas, en el acompañamiento a familias que habían perdido a sus seres queridos en tragedias como la de Once, Diego estuvo presente. “Él quedó siempre en la calle, era un pastor de los abandonados”, resume su hermana.
Hoy, con la muerte del Papa Francisco y la Iglesia en un punto de inflexión, las palabras y el legado de Diego cobran nueva relevancia. “El mensaje de Francisco no se va a morir —asegura Celina—. Puede haber retrocesos, pueden venir papas conservadores, pero la semilla está plantada. Su opción por los pobres, su programa de Tierra, Techo y Trabajo, es una esperanza para todos, creyentes y no creyentes”.
El testimonio de Celina no es sólo un homenaje personal. Es también una invitación a mirar hacia adentro, a pensar qué lugar ocupa cada uno en la construcción de un mundo más justo. “Yo misma, que me alejé de la Iglesia a los 18 por su cercanía con la dictadura y su dogmatismo, hoy me vuelvo a hacer preguntas. Porque lo que Francisco y Diego plantearon no es sólo teológico: es profundamente humano. Vale la pena ingresar nuestras vidas en ese camino”.
Compartimos a continuación la entrevista completa con Celina Fares:
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